Carta al director.
Soy profesor porque quiero un mundo mejor para ti y para mi, porque quiero que mis alumnos sepan la diferencia entre saber y comprender. Para que sean lo suficientemente curiosos y encuentren su oficio dentro de la profesión. Soy profesor porque creo firmemente que todos mis alumnos son unos genios en potencia y que el depredador sistema educativo los ha hecho creer que la consigna es pasar de curso, cueste lo cueste.
Cuando empece a hacer clases tenia un mensaje pero no tenia las palabras para transmitirlo, ni la experiencia para manejar la serie de cosas anexas que pasan en una sala: al que le suena el celular, al que llega tarde, al que es repitente, al que no va nunca, al que se las sabe todas, al distraído, al mateo, al ruido del exterior, etc. En mis tres años enseñando en la universidad he aprendido mucho de cada curso y de mis alumnos. He experimentado que la educación, en su forma más elemental, es un proceso perfectible y siempre bilateral. De este modo, el trabajo del docente es encontrar un método de enseñanza que permita agregar valor al profesional de manera incremental mediante estímulos cuidadosamente estudiados. Cada profesor debe encontrar su método y este dependerá directamente de la experiencia, personalidad y motivación que mueve al docente. El mio, se basa en una simple premisa: tengo que lograr que, en la percepción del alumno, hacer el esfuerzo que se requiere para salir del letargo e ir a clases valga la pena.
Entonces la pregunta fue: ¿Como hago para que todos estos genios en potencia se activen de manera colectiva durante una clase?. Esta pregunta es muy compleja, en dimensiones que incluso escapan al contenido de la clase. El tiempo, sin duda es un factor, pero hay otros, como la densidad del contenido, el bloque del día en el que se dicta la clase, el nivel de estrés al que los alumnos están sometidos, la altura del semestre (volveremos a esto mas adelante), el tiempo que transcurre entre cada clase, que los pre-requisitos del curso hayan sido correctamente atendidos, etc. Todas estas variables son parte de una compleja ecuación que se debe repensar constantemente hasta llevarla a un estado estable, buscando siempre maximizar la cantidad de alumnos que comprenden el mensaje. Visto desde esta perspectiva la clase es el arma educativa para lograr hacer el salto de calidad en el aprendizaje. En las miserables 12 clases efectivas que permite un semestre, hay que ser capaz de crear valor en el profesional de manera permanente.
Hoy llegue a la Universidad y estaba en “paro reflexivo”, lo que significaba que no se podía hacer clases. El paro es una alteración a la ecuación (al plan trazado para agregarles valor), que obliga a improvisar acciones a esta altura del semestre donde se juegan cosas importantes. Y la pregunta ahora para Uds. es: ¿De verdad creen que presionan a alguien faltando a las clases por las cuales pagan?
Queridos alumnos, el problema no es la demanda, el problema es la forma de expresarla. No pueden exigir una mejor educación dejando de ir a clases, es simplemente demencial. Es un disparo en el pie. Un escupo al viento. Un condón roto.
Los invito a reinventar la forma de expresar sus demandas, a crear una mas comprometida con su educación y la de sus compañeros y mas consciente del lugar donde se encuentran, porque todos estamos aquí para y por la ciencia, nos debemos a ella en su fondo y forma. Esta manera tan primitiva de mostrar nuestro descontento debe cambiar, no con el fin de subyugarse, sino con el fin de dar muestras de que estamos a la altura de la educación que demandamos.
Edgardo Ortiz
Profesor Dpto. Ciencias de la Computación.